20 de diciembre de 2025

Wake Up Dead Man - Reseña de la última película de la saga "Puñales por la espalda"

 

Cuando el misterio se encuentra con la fe

La tercera entrega del universo Puñales por la espalda, Wake Up Dead Man: A Knives Out Mystery, confirma algo que ya intuíamos desde la primera película: Rian Johnson no está interesado únicamente en construir un rompecabezas ingenioso, sino en utilizar el género del misterio como excusa para hablar de cosas más profundas.

A primera vista, la película cumple con lo que promete. Una duración exigente —más de dos horas y media—, una trama con giros enrevesados pero bien dosificados, y un elenco de personajes tan bien perfilados que el espectador acaba desconfiando de absolutamente todos. El ritmo no decae y el juego del “¿quién ha sido?” se mantiene vivo hasta el final. Eso, en sí mismo, ya es un logro.

Sin embargo, lo verdaderamente interesante de Wake Up Dead Man aparece cuando la película decide adentrarse en un terreno poco habitual para este tipo de cine: el diálogo entre fe y razón, representado de forma casi simbólica en dos personajes clave. Por un lado, Benoit Blanc, el detective, encarnación de la razón, del análisis, de la lógica que desmonta relatos. Por otro, un sacerdote que no discute los hechos, pero sí el sentido profundo de las narrativas humanas.

Hay un diálogo especialmente significativo entre ambos que resume bien el corazón de la película. Blanc sostiene que todo es narrativa: la ropa, los gestos, las historias que contamos para ocultar una mentira. El sacerdote, sin negarlo, introduce una idea mucho más sugerente: quizá esa narrativa sea la única manera que tenemos de acercarnos a algo que llevamos dentro, a una sed de trascendencia que no se deja atrapar por la pura lógica.


Esta escena, sencilla en apariencia, es una de las más bellas del film. Porque no enfrenta fe y razón como enemigos, sino como lenguajes distintos que intentan responder a una misma pregunta: qué hacemos con lo que somos y con lo que hemos hecho.

El desenlace de la película refuerza esta intuición. Sin entrar en spoilers, puede decirse que el detective detecta el misterio, pero decide no resolverlo públicamente. No por incompetencia ni por miedo, sino por algo mucho más radical: dar la oportunidad de redención a una persona para la que la fe es un valor esencial. Esta decisión narrativa es profundamente interesante y poco habitual en el cine comercial actual.

La película parece sugerir que el valor de las creencias va más allá incluso de los actos cometidos, y que el arrepentimiento —cuando es auténtico— tiene un peso real en la vida humana. No se trata de justificar el mal, sino de reconocer que la justicia no siempre coincide con la exposición pública del culpable. A veces, el silencio puede ser un acto moral más complejo y más humano.

Este enfoque exige del espectador algo más que atención: requiere un mínimo de cultura religiosa para captar todos los matices del final. Y eso, lejos de ser un defecto, es una apuesta valiente. Wake Up Dead Man no subraya sus mensajes ni los explica en exceso; confía en la inteligencia y la sensibilidad de quien mira.

Por supuesto, no conviene olvidar que estamos ante una película muy divertida. El humor sigue presente, el tono no se vuelve grave ni solemne, y el entretenimiento está garantizado. Pero bajo esa capa lúdica late una reflexión profunda sobre la verdad, la culpa, la fe y la posibilidad de empezar de nuevo.

En un contexto educativo —y especialmente en el aula— esta película ofrece un material riquísimo para el diálogo: ¿es la verdad siempre algo que debe exponerse?, ¿qué papel juega la fe en la vida moral?, ¿puede la razón explicarlo todo?, ¿qué significa realmente la redención?

Wake Up Dead Man demuestra que el cine de misterio puede ser, además, cine que interroga. Y eso, hoy en día, no es poco.

Jesús M. Gallardo

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