24 de agosto de 2015

Hoy he hablado con M. y M. me ha descubierto quien soy...

Una experiencia educativa

 Esta mañana, leyendo un libro impresionante sobre el sentido de la vida, no he podido dejar de pensar en alguna alumna del curso pasado que precisamente necesitaba encontrar el sentido de la vida. 

Me ha venido a la cabeza y al corazón (un educador nunca desliga estos dos aspectos), mi querida M. Y he decidido mandarle un Whatsapp para ver cómo estaba y cómo le iba la vida...

M. llegó al colegio para repetir y pasó al curso siguiente con 11 asignaturas pendientes. Todas. Hasta Educación Física. M. se parece un poco a Pierre Anthon. M. no tenía muchas ilusiones, M. no respondía nunca mal, se portaba muy educada, tenía una buena famlia preocupada por ella, era popular y querida, guapa, alta, inteligente... pero le faltaba una cosa que nada de lo que he citado le podía dar, algo que no se podía comprar: el sentido de la vida, un para qué, un porqué luchar...

He de reconocer que ha sido una de las experiencias como educador que más me ha llenado y que a la vez más me ha zarandeado y espoleado a buscar lo mejor para ella. También ha sido una de las experiencias que más me han hecho sentir impotente. Y a la vez, curiosamente es de las experiencias que más me han hecho profundizar en mi propia identidad y en última instancia en el sentido de mi vida. 

Hablando con ella entre pasillos, a veces a voces, otras veces en la puerta del baño donde se encerraba... yo iba desgranando mi vida buscando razones para existir, para tirar adelante, razones que valiéndome a mí, pudieran resultar valiosas para ella. Ella ha hecho más por mí y por mi ser educador y persona que lo que jamás podré hacer por ella. 

El momento cumbre, el punto de inflexión llegó un día en el que al acabar una clase se fue al baño llorando y yo detrás de ella me colé en el baño. Ella lloraba porque se sentía mal porque no valía para nada lo que estaba haciendo en el colegio y se quería ir a casa a estar sola. Yo insistí y por gracia de Dios y Don Bosco tuve la paciencia necesaria para aguantar las 2 horas en la puerta del baño hasta que abrió (los compañeros me sustituyeron, sin equipo no se puede hacer nada). 

Cuando abrió, se me iluminó la mente: nos fuimos a ver cómo trabajan en mi colegio mis compañeras del aula TGD (Trastornos Generales del Desarrollo). Especialmente M. estuvo escuchando y hablando con dos niños con autismo. Fue una experiencia impresionante ser testigo de cómo se le abrieron los ojos y el corazón. M. empezó su cambio en ese encuentro. 

No fue como las películas... después del recreo se las ingenió para escaparse a casa, pero algo se había tambaleado dentro de ella. A los pocos meses dejó el colegio buscando otras alternativas para su vida. Es una chica sensible y empática y ese encuentro la marcó. Vale mucho. 

Hoy le he mandado un Whatsapp y la conversación con ella ha sido un regalo. Se dio cuenta de todo lo que hicimos en el colegio por ella y estaba agradecida y con un sentido en la vida. ¿Qué más se puede pedir? 

Ser educador, ser profesor, ser maestro en último término debe ser eso: educar para encontrar el sentido de la vida. Y mientras tanto hay que armarse del modo más básico pero más necesario de amar, la paciencia. 

Hoy he llorado después de hablar con M.  he llorado de emoción, de alegría, de agradecimiento... he descubierto mi elemento, lo que da sentido a mi vida, lo que hace soportable la lucha contra el abismo de la nada, lo que hace que me sienta más yo mismo... y M. me lo ha recordado. 

Gracias M. por hacerme lo que soy, por dar sentido a mi vida. Eres un regalo. Ojalá que todos encontréis vuestro elemento, lo que os hace vivir con pasión... Lo mío no es un trabajo, es un regalo. 

¡Así da gusto que se acaben las vacaciones, porque empieza lo bueno de verdad! Gracias a M. y a todos los y las M. que Dios ha puesto en mi vida. 

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